Una corona de fe



 Por José Antonio Calvo Millán,
Seminarista palmerino


“La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, saluda como Señora y Reina a la Santísima Virgen, aula regia en la que se revistió de carne humana el Rey de los siglos. Para honrar esta dignidad, entre otros actos de homenaje, es costumbre antigua coronar con diadema regia las imágenes de la gloriosa Madre de Dios insignes por la veneración”.


Nuestra Madre, la Santa Iglesia Católica, ha ratificado en varias ocasiones la legitimidad del culto que se tributa a las imágenes de “Cristo, de su Madre y de los santos” y con asiduidad ha educado a los fieles sobre el significado de este culto .


Con frecuencia, la veneración que el pueblo cristiano siente por la Madre de Dios, se ha manifestado representado sus imágenes con la cabeza tocada con una corona real. En el caso de representarse a la Madre con su divino Hijo en brazos, se coronan ambas imágenes, y que al llevarse a cabo el rito, se corona primero la sagrada imagen de Jesús y luego la de su Madre.


Podemos remontarnos al Concilio de Éfeso, celebrado en esta ciudad en el año 431 d. C., para hablar de las primeras representaciones de la Santísima Virgen Coronada con regia insignia y sentada en un solio real, al mismo tiempo que contemplan su gloria los coros de los ángeles y todos los santos. En otras ocasiones es el mismo Cristo el Redentor el que aparece coronando a su Bendita Madre con una radiante corona.
Esta costumbre de la que venimos hablando fue promovida en Occidente por los fieles, religiosos o laicos ya a finales del s. XVI. Los papas de todos los tiempos no sólo secundaron esta forma de piedad popular, sino que además, « muchas veces, personalmente con sus propias manos, o por medio de obispos por ellos delegados, coronaron imágenes de la Virgen Madre de Dios ya insignes por la veneración pública.» Al generalizarse esta costumbre piadosa de coronar las sienes de las veneradas imágenes de la Virgen que pueblan la faz de la Tierra, se comenzó a organizar lo que hoy conocemos con el nombre de Rito para la Coronación de una Imagen de Santa María Virgen, introduciéndose definitivamente en la Liturgia Romana allá por el s. XIX.


En la actualidad, este tipo de concesión ya no depende del Romano Pontífice, sino que corresponde al Obispo de la Diócesis junto con la comunidad local, quienes tienen que discernir sobre la oportunidad de coronar una imagen de la Santísima Virgen María. Uno de los requisitos que se han de dar para la coronación de una imagen de la Virgen, es que esta goce gran devoción por fieles, que también ostente de cierta popularidad, de modo que el lugar en el que recibe culto la imagen de la Madre de Dios se haya convertido en el centro de un genuino culto litúrgico y activo apostolado mariano.


Antes de la celebración de de la Coronación Canónica, la Santa Madre Iglesia recomienda la instrucción de los fieles sobre el significado y carácter únicamente religioso de este acto y, sobre todo, pretende que los fieles puedan participar plenamente en la celebración de la Coronación y sepan entenderla debidamente.
Como advertencia se solicita que la corona que se ponga sobre una imagen, esté confeccionada con material apto que ayude a manifestar la “singular dignidad de la Santísima Virgen” . Además, se nos pide encarecidamente que la corona o diadema debe ser sobria, evitando la exageración, magnificencia y fastuosidad o el deslumbramiento de piedras preciosas, que desdigan de la sencillez del culto cristiano o puedan resultar ofensivas a los fieles con bajo nivel de vida.


Pero la corona que ha de asentarse en las virginales sienes de la veneranda imagen de nuestra amantísima Patrona la Virgen del Valle, debe rebasar las fronteras de la rúbrica ritualista o mero formalismo de compromiso y ha de ser, como en verdad Cristo y su Bendita Madre lo quieren, una expresión viva de la fe y el amor de su Pueblo, que la aclama como su Reina y Señora. Habrá de ser, por tanto, oro purísimo de una corona de fe. El compendio de la fe es la Eucaristía, «fuente y culmen de toda la vida cristiana».
No hay mejor escala para llegar a Cristo que la Virgen María. Sobre Ella nos dice la Exhortación Apostólica Marialis Cultus de S. S. Pablo VI: « La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar "los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos". Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 26-38; 1, 45; 11, 27-28; Jn 2, 5); la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1, 29.34; 2, 19. 33. 51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2, 21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1, 46-49), que ofrecen en el templo (Lc 2, 22-24), que ora en la comunidad apostólica (cf. Act 1, 12-14); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2, 13-23), en el dolor (cf. Lc 2, 34-35.49; Jn 19, 25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1, 48; 2, 24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2, 1-7; Jn 19, 25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2, 1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38); el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen.


La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel, en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral » .


Como antes decía, y me tomo la licencia de volverlo a repetir, no hay mejor escalera para llegar a Cristo que su Bendita Madre. Ella es el modelo más perfecto de obediencia a la Fe. Durante toda su vida y hasta los últimos instantes de prueba, cuando Cristo murió en la Cruz, su Fe no vaciló. María no dejó de creer en el «cumplimiento» de la Palabra de Dios. Por eso, «la Iglesia la venera como la realización más pura de la Fe» .
La Coronación de Nuestra Patrona no puede ser un hecho único en el ámbito de la historia de la ciudad de La Palma, sino que debe prender, en todos los que somos Iglesia, una llama que nos encienda en el imitar a la Virgen, para reproducir más perfectamente a Cristo. La Coronación debe hacernos auténticos apóstoles en nuestro tiempo, sumergidos en la acción apostólica cuyo origen es el Amor mismo. Este amor nos empuja a la caridad para con aquellos hermanos nuestros que carecen de alimento, de vestido, de vivienda, de medicina, de trabajo, de medios para llevar una vida verdaderamente humana… Para esto es necesario que nuestra Fe madure y vea en el otro la imagen de Cristo el Señor, a quien verdaderamente se ofrece lo que damos al necesitado. Debemos sentir sed de caridad. Una caridad dispuesta de verdad a suprimir las causas y a no conformarnos con paliar mínimamente los efectos.


Son muchos los campos para la actividad apostólica y los laicos estamos llamados de manera especial a participar activamente en la acción de la Iglesia. Es necesario actuar en las comunidades de nuestra Parroquia. Sin acción alguna en las diferentes comunidades que componen nuestra Iglesia parroquial no se podría conseguir efecto alguno. Alimentados con la participación en la vida litúrgica de cada comunidad, conseguimos acercar a la Iglesia a quienes quizás estaban alejados. Es muy importante la formación de catequistas, para que la Palabra de Dios pueda trasmitirse con la mayor garantía. Es necesario que nos acostumbremos a vivir unidos en el trabajo con nuestros sacerdotes. Es un apostolado ilusionante el que nos ofrece nuestra Parroquia.


Otro apostolado es el de la familia, en el que los esposos son el uno para el otro. Hoy por hoy es la parte más importante del apostolado, ser con sus vidas colaboradores de la gracia y testigos firmes de la Fe. Ellos son los primeros educadores en la Fe para los hijos a quienes forman con su palabra y ejemplo en la vida cristiana y el apostolado. Es necesario que los padres se abran a la ayuda de los hijos a elegir su vocación cuales quiera que sea esta. Los padres están llamados a cultivar en los hijos la vocación sagrada cuando descubren que uno de los miembros de su familia ha sido llamado, por pura gracia, por el Señor. La familia ha recibido del Dios de la vida, la misión de ser la primera célula vital de la sociedad y esta misión sólo puede ser llevada a cabo, mediante el afecto entre sus miembros, y la oración a Dios en la misma familia. Ésta así, se muestra en medio de la sociedad actual, como templo viviente de la Iglesia. El Concilio Ecuménico Vaticano II, nos presenta cuáles son las tareas del apostolado familiar como son: adoptar como hijos a niños abandonados, acoger con benignidad a los forasteros, colaborar en la dirección de las escuelas, asistir a los adolescentes con consejos y recursos económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, colaborar en la catequesis, sostener a los esposos y a las familias que están en peligro material o moral, proporcionar a los ancianos los justos beneficios del desarrollo económico…
Las familias que viven coherentemente con la Fe cristiana que nos enseña la Iglesia son hoy un valioso testimonio de Cristo Resucitado. No dejéis de contar a vuestros hijos y nietos lo grande que el Señor estuvo con nosotros por la intercesión de la Virgen, de Nuestra Madre del Valle, aquel 15 de agosto de 1.855. No os guardéis en la memoria las maravillas que el Señor, por medio de nuestra Patrona, sigue haciendo en medio de nuestra Ciudad.


No podemos olvidar el campo pastoral juvenil, ya que la juventud tiene un papel muy importante en la sociedad actual. La sociedad exige de los jóvenes una importante actividad apostólica, impulsada por el ardor y la energía de sus vidas. Esta energía, si está generada por Cristo y como resultado del amor a la Iglesia y a sus pastores, nos hace tener esperanza en la recolección de una abundante cosecha de los frutos de la gracia. Ellos son los primeros apóstoles de otros jóvenes, que quizás vivan sin la alegría de saberse salvados por Cristo. Es necesario que los adultos inculquemos el amor al Evangelio y el respeto por la tradición en el corazón de los jóvenes, para que ellos se pongan en marcha.


De igual modo hay un apostolado de lo social, que anima con un espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, las estructuras de la comunidad en la que el hombre está inserto, esto es, anunciar la Verdad, el Evangelio en medio del vecindario, en el ambiente de trabajo,… Tengamos en cuenta que hoy, cuando parece que la Religión ya no tiene sentido en medio de un mundo indiferente ante la realidad religiosa, el hombre sigue teniendo sed del misterio, sed de un encuentro con el Absoluto que es el Dios de la creación. Muchos hombres hoy no tienen la posibilidad de acercarse al Evangelio. No esperemos de brazos cruzados ante esta realidad de la sociedad. El laico está llamado a anunciar con su palabra esa otra Palabra que revela a Cristo y que marca el corazón a fuego. Los católicos estamos llamados a promover el bien común. Tenemos hoy mucho que decir, no podemos callarnos, nuestras opiniones tienen que ser escuchadas por quienes ejercen el poder político, para que ejerciten con justicia las leyes y éstas respondan de verdad, a los preceptos morales cristianos y al bien común.


Finalmente, el culto a la Santísima Virgen se convierte en verdadero, cuando mientras se honra a la Madre, el Hijo es también honrado, conocido, glorificado… Este culto se convierte entonces en camino hacia Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica, en la cual cuantos confiesan abiertamente que Él es Dios y Señor, Salvador y Único Mediador, están llamados a ser una sola cosa entre sí, con Él y con el Padre en la unidad del Espíritu Santo.


Tenemos que pedir al Señor que nos conceda durante este año preparatorio a la Coronación Canónica de Nuestra Reina del Valle, la gracia de poder llevar a cabo todo esto. Que nos conceda vivir un año donde podamos, con esa gracia, preparar nuestro interior y que desde dentro, podamos trasparentar a Cristo. Sólo así, Jesús Niño y su Bendita Madre, llevarán sobre las sienes la mejor corona que jamás se haya diseñado en el más sobresaliente taller de ningún orfebre. Será una Corona de fe, acrisolada en el mismo corazón de los palmerinos.


Señora de este valle, acércanos a Jesucristo tu Hijo y haz que no olvidemos sus palabras: “sin mí no podéis hacer nada” Jn. 15, 5b.







[1] Cf. Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, Decreto de publicación del nuevo Ritual de la coronación de una Imagen de Santa María Virgen, 25 de marzo de 1981
[2] Cf. Prenotandos. Naturaleza y significado del Rito de Coronación de una Imagen de Santa María Virgen.
[3] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosantum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm, 111: AAS 56 (1964), p. 127.
[4] Cf. Pío XII, Carta encíclica Ad Caeli Reginam, 11 de octubre de 1954: AAS 46 (1954), p. 633
[5] Cf. Ritual de la Coronación de una imagen de Santa María Virgen, 25 de marzo de 1981: p. 8.
[6] Concilio Vaticano II. Constitución Sacrosantum Concilium, 47: AAS 56 (1964) 113
[7] Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 2 de febrero de 1974.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 149, p. 45


Foto: José Mª Pichardo